24 de septiembre de 2008

Declaración de amor de un espejo

Estoy frente a tí. Frente a tu cuerpo, el venerado, el desconocido.

Frente a tus dedos tímidos, que aunque están inmersos en el sucio y frío mundo, no se atreven a acceder a ti misma, a despertarte al temblor de la lava fluyendo por tus venas, derramándose más allá de tus fronteras.

Eleva tus labios sobre ti, para conocerte, para encontrarte, para aprender amándote a amar a los otros. No permitas que esos dedos que se entregan a tareas serviles se rehúsen a acariciarte, a concederte ese aliento que necesitas.

Reconócete en tu cuerpo. Reconoce la voluptuosidad que emanas y no ves, lucero ciego que iluminas en tu oscuridad, dadora de placer, incapaz de recibir en tu carne el temblor que provocas.

Mírate mujer, mírame. No soy más que el espejo a través del que te desprecias día tras día, noche tras noche. Soy tal y como me ves, no tengo densidad, soy una idea, una sombra que puebla tus miedos, que te somete a una sola dimensión, a nada. Abre los ojos y mírame, profundamente… atrévete a contemplar tus líneas, tus curvas, tus oquedades. Atrévete a mimar tu cuerpo, a sentirlo y tocarlo, a arder en las llamas de tu propio placer. No pienses, no te compares, no te midas, déjate fluir a través del olvido, de una inocencia infantil, ríndete a las palpitaciones de tu tacto.

Escúchame, no soy nada, soy tu imagen, soy tu otra tú misma que en silencio se pudre en la noche de tu espanto. No temas, vive, quémate. Que tu piel se palpe a sí misma, que te arranque de ti, que te arrastre más allá de mí, que las cosquillas te sustraigan del miedo a caer, que te lance sobre el abismo y allí abajo reconozcas tu poder.

No desprecies las diferencias, desproporciones o asimetrías, no las mires como te miras a ti…sino como miras al resto…mira con los ojos del deseo, como miras a quien quieres de verdad, a quien admiras. Encuentra lo bello en cada rasgo. Mírate como se mira a un amante, amando cada pequeña arruga, cada herida o cicatriz, cada pequeño defecto que perfecciona el cuerpo idolatrado.

No te juzgues, permítete ser, ser otra diferente a quien acceder desde fuera, sin prejuicios, sin valores, sólo buscando el placer al que te sustraes criticándote, perdiéndote en modelos que te imponen límites, que rechazan tus formas.

Eres un mundo extraño anclado a mí, a este reflejo invertido en el que no puedes entrar, incomprensible a tu calidez. Tierna y suave, regocíjate, arrópate en tus propios muslos, húndete en tu dulzura de miel, tiéntate en la luz, no apagues las velas, no te duermas en otros brazos hasta que los tuyos no estén llenos de tus propios arañazos. No puedes amar sin amarte, no puedes alcanzar ese grito triunfal sin haber alcanzado tu victoria, tu propio reconocimiento en un ardor que te desate, que te haga morderte los dedos y tirar los trastos por la ventana, arrojar a los curas y las revistas por la ventana, la cera y las cuchillas, el corsé y el relleno, la laca de uñas y el rizador del pelo, el pintalabios y los tacones. Tú, vestida solo de ti misma, absolutamente limpia y desnuda, llena de tu piel y tu vello, llena de tu cara y de tu vientre, llena de tu pecho y tu culo. Llena de cada parte que aman en ti y que nunca te resulta lo bastante bueno, nunca lo suficientemente perfecto, siempre demasiado poco o demasiado grande, demasiado caído o levantado. Olvídate de medidas, de anchuras y estrecheces, admírate en la escultura de tu cuerpo tal y como es. Mira y acaricia, piérdete y descúbrete, recuerda que si eres capaz de amar a los demás, a las demás, si eres capaz de aceptar sus defectos, también puedes hacerlo contigo... ¿Por qué iba a ser diferente? Y si no eres capaz de aceptar eso que te hace especial y discriminas como defectos, es que estás demasiado ciega, que eres demasiado cruel y que no estás preparada para querer de verdad…Entonces, no eres más que yo, es decir, un triste reflejo de tí misma, una sombra vacía de tu cuerpo...Estás demasiado atada, demasiado reprimida…y quizás debes volver a otro tiempo…a otra edad en que aun no te habían clavado esos modelos en la conciencia, pudriendo tu carne con un odio absurdo.

Yo que soy tú, te amo, deseo tocarte, lamer cada rincón oculto de tu morada, de tu ser… morderte poco a poco hasta hacerte desmayar. Pero no puedo, no soy nada, solo una idea condenada a mirarte y ver como desprecias lo que no miras ni tocas. Tengo que sufrir observando como te consumes de pena, siempre ciega, en tu alto trono de mármol y cristal, viendo como siendo reina te condenas a la esclavitud. Corónate con tu propia belleza, haz sobre ti misma todo aquello que yo quiero hacerte, entrégate todo lo que yo quiero entregarte.