El caminante comprende que no debe detenerse jamás durante demasiado
tiempo.
No debe enternecerse, su
sino es andar, vagar solitario y odiado, envidiado e incomprendido. Es inútil tratar
de resistirse, si se queda, si permanece más de un instante, si se duerme un
poco o descansa en la voluptuosidad que le ofrecen sus anfitriones, siempre se le reprochará que ha alargado demasiado el
tiempo, siempre se le reprenderá su descaro, se le recordará que no es más que
un vagabundo. Así que poco a poco descubre
que los silencios saben siempre al reproche destinado a los sin-tierra, y sin-fe en todo lugar, y en
todas las épocas: “este no es tu sitio, no es mi problema que no tengas patria,
encuentra una tuya o… sino, conviértete
en mi esclavo”.
El caminante sólo confía en la libertad, así
que trata de adelantarse con premura al desenlace temido. Así que cuando percibe
que va a estorbar, cuando presiente que va a acomodarse y a resultar tedioso, recoge su
hatillo resuelto a marcharse pero entonces solo encuentra hostilidad en las
miradas, solo recibe reproches en la despedida de los que se quedan. De
nuevo el reproche silencioso, o el
estrépito de la acusación por emprender
una huida demasiado repentina, de ofrecer un trato desagradecido, la
recriminación de la falta de palabra o
de promesas… Promesas, palabra diabólica..¿Qué puede prometer el viajero
errante? Su destino es el devenir y ser fugaz, su maldición elegida contra sí
mismo, pero la única forma de de seguir con vida…
El caminante aprende
despacio, paso a paso, aprende que su sombra será su única compañera, y aunque
está triste debe aguantar para romper
con el eterno retorno de lo mismo, y no
conseguirá hacerlo, no logrará recostarse bajo un techo acogedor, hasta que
caminar no le canse, ni le asuste la soledad. El caminante descubre que solo lo
logrará cuando dejen de dolerle los reproches, cuando no espere que le digan:
quédate, esta es tu patria, estas son tus cadenas, esta es tu condena de
placidez o ternura…Cuando un día al marcharse no se oigan un “adiós”,
o un silencio reprobatorio sino que trás él se escuchen pasos ligeros pero decididos que lleguen a su lado, pasos que le acompañen sin exigir nada, sin seguirle ni
dirigirle, solo acompañándole.