17 de agosto de 2008

Pesimismos...

La medida universal de los seres y de las cosas es el verdadero Logos encarnado en la moneda. Es la razón y el misterio irracional de la trascendencia, y constituye una ley tan inmutable como la ley del intercambio y tan contingente como las variaciones de los precios.

R. Vaneigem, “Por una internacional del género humano”

Nos hallamos ante un páramo desierto, ante una infinidad de espacios homogeneizados por el principio de la economía, mientras que nuestras vidas se fragmentan y desquebrajan. La realidad se impone y nos encarcela en un espacio-tiempo donde no hay lugares donde crear, donde compartir. Una realidad que niega el presente, que nos arrebata el instante para atarnos a una imagen, a un eterno e inalcanzable progreso. Una realidad donde la identidad siempre anda perdida, realidad de fantasmas y ficciones que ya no logran siquiera darnos un sentido. Ya ni nos queda el rostro de un enemigo concreto a quien responsabilizar de la miseria, lo buscamos como antaño en un personaje político, en las multinacionales o en alguna institución, pero persiguiendo al malo nos encontramos a nosotrxs mismxs en este espejo del esperpento. Tras la muerte de los ídolos, tras la reducción de todo y todxs a mercancías, la existencia se encuentra desamparada ante su propia transparencia, ante su absurdo primordial.

Ni dioses, ni paraísos, ni revoluciones prometen ya nada que escape, que quede fuera de esta densa tela de malla que lo ocupa todo, que lo absorbe y lo neutraliza. Cualquier intento revolucionario se reduce a un cambio de poder, o a un gesto impotente contra la nada. Al final, -nos dicen los posmodernos neoliberales-, cualquier intento revolucionario se identifica con el mesianismo, con la redención y hasta con la Inquisición. La clave no está en un cambio de poderes, ya nos lo advirtieron algunxs como Foucault, pero él nos dejó desamparados no nos dio una solución, se ocultó tras el cuidado de sí, y nos abandonó desnudos ante las paradojas del poder, del control y del saber.

Todo mercado. Todo. Nunca estuvimos más próximos al monismo de Parménides. La religión se vende por fascículos, y los héroes o revolucionarios sólo sirven para decorar camisetas, llaveros y calzoncillos.

No hay esperanza, todo parece conducirnos a la asunción de la renuncia, a aceptar que hay que amoldarse a este mundo y sometiéndose a la decadencia. El control de la vida es cada vez más eficaz más desalentador, nos carcome, nos cierra caminos, hace desaparecer los horizontes y callajuelas, destrruye el campo abierto, pone barrotes al mar...nos obliga a vigilarnos a nosotrxs mismxs como a los demás, tal y como hicieran el dios hebreo, el cristiano o el musulmán.

No es cierto que no existan ideologías, sino que no existe un pensamiento firme, un pensamiento insumiso, insobornable, que realmente se presente como una alternativa real a la ideología hegemónica. Brotan alternativas que no lo son efectivamente, que negocian con una realidad que no conoce alteridad, que neutraliza cualquier ideología o iniciativa que se le enfrente, que se disfraza detrás de los nacionalismos, las sectas de todo tipo, de los supuestos proyectos políticos, y siempre encumbre un proyecto económico, un negocio. Así, bajo los Derechos Humanos, los convenios internacionales, la misericordia, la caridad o solidaridad…etc, sólo encontramos una máxima que realmente prevalece frente a los supuestos intentos “democráticos” por lograr la igualdad: La Ley del Más Fuerte (el más rico/poderoso). Hay que sobrevivir, y si a caso duele un poco la conciencia, siempre funciona el placebo de tratar de aliviar al más desfavorecido, además así no se rebela y se deja explotar. Esta es la misión de las iglesias, las ONGs y las Naciones Unidas…

En cuanto a cada individuo, (privilegio occidental, por cierto) en cuanto a cada uno de nosotrxs, en cuanto al vacío en una vida absolutamente absurda, siempre hay un doctor, un psicólogo, un sacerdote o un político dispuesto a sacar la escudilla a cambio de resolver tus problemas sexuales, a urbanizar tu ciudad, a ofrecerte la droga o el paraíso a tu medida.

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