12 de septiembre de 2008

El abrigo

Masticaba la hamburguesa con esa velocidad paciente que da la costumbre. Masticaba lenta y rítmicamente. Me gusta escuchar cómo trabajan los pocos dientes que me quedan. Masticaba como he dicho, sin darme cuenta de qué es lo que comía, y de pronto ya la había engullido por completo. Tampoco me percaté de que me observaban unos cuantos individuos desde la calle. Los ojos indiscretos se multiplicaban por instantes. ¡No se puede ya ni comer tranquilo!-pensé-.

Entonces miré con asco mi vieja zapatilla, la suela se había despegado, estaba sucia y cansada, no tenía ya ganas de vivir desde que perdió a su compañera hacía unos cuantos días. Me pedía a gritos piedad, no soportaba estar sola. La escupí de nuevo. Odio la autocompasión.

El cielo se cubría lentamente de hollín, o eso me pareció, mientras el último trozo de carne daba vueltas en mi boca. Ya eran decenas los que se agolpaban contra el cristal. Bebí mi cerveza con calma, aunque detesto beber cerveza en vaso de papel. El encargado, que no me quitaba tampoco la vista de encima, llamó por teléfono señalándome nervioso, ¿creería que podían verme a través del auricular? Quizá les incomoda verme con una sola zapatilla, pensé, tal vez me traigan otra, o incluso puede que me traigan un par nuevecito, y así esta pobre, podrá descansar en paz…

- ¡Soy un 42 chico!-le grité al encargado. Pero se le cayó el auricular de la mano al ver que me dirigía a él- Las zapatillas chico, soy un 42, y por favor, que no sea un zapato demasiado duro, prefiero unas deportivas, o unas sandalias, que luego en verano son lo mas cómodo…-El chico colgó el teléfono sin informar sobre las características de mi calzado.

Una niña pasó a mi lado llorando y señalándome asustada. Su madre la cogió en brazos y le tapó los ojos mientras salían del burguer: “Es de mentira cariño, es de mentira” le repetía para tranquilizarla, aunque con un tono ligeramente histérico.

Sonreí. Al fin comprendía lo que tanto inquietaba a todo el mundo. Bostecé un tanto molesto, no soporto que la gente sea tan hipócrita. ¡Estaban aterrados! ¡Espantados por mi abrigo!Caguetas... ¿Y que podía hacerles mi abrigo?Si, dígame, ¿qué podía hacerles? Es curioso, nadie se asusta por ver a una putilla cubriendo su caro cuerpo con un tigre de bengala, y sin embargo, que un pobre vagabundo se busque un abrigo dentro de sus posibilidades les resulta indecente,¿Pero qué se han creído? ¿Porqué se escandalizan al ver piel humana reutilizada!

¿Ha dicho usted inmoral? Ah, criminal… ¿que es un delito dice?… ¿y porqué? ¿No es delito hacer esas hamburguesas y más aun, venderlas? ¿No les dan lástima los caballos y ratas con las que están hechas? ¿Por qué no es delito fabricar ropa o carteras con cuero, o que maten a veinte zorritos para una señora? A ver, en serio, díganme ustedes señores, que parecen gente sensata: ¿Por qué se ponen así porque me abrigue con el pellejo de una vieja? ¿Acaso creen que con mi edad y en esta ciudad me puedo dedicar a cazar gatos o perros?

¡El mundo está loco!, le comenté a mi triste zapatilla. La pobre andaba muy decaída desde que quedó sola…

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