29 de noviembre de 2008

El retorno a la inocencia

Todo comenzó hace demasiado tiempo, en esa edad en la que nos creemos dueños del mundo, que pensamos que todo está hecho para nosotros y tenemos derecho a ser felices sin esfuerzo, porque siempre seremos jóvenes, hermosos e invulnerables. Pero sólo éramos niños, y caímos en el terrible error de desobedecer y burlarnos de poderes que no comprendíamos, nos tomamos en broma las advertencias sobre la precocidad, y quisimos desentrañar misterios que no nos concernían.
Sin darnos cuenta se quedó atrás la edad de la inocencia y la soberbia, habíamos crecido y cargábamos con un castigo que nos torturaba segundo tras segundo. Pero aun éramos jóvenes, nos quedaban fuerzas para tratar de escapar, para poner punto y final al martirio. Llevábamos tanto tiempo sufriendo juntos, que no hicieron falta palabras, todos estábamos deacuerdo en que debíamos intentar llegar al corazón de la Cueva del Mago y lograr que éste nos ayudara.
La entrada era oscura y húmeda, pero no hacía frío. Mientras avanzábamos, las paredes despedían una luz tenue fosforescente que nos daba la impresión de habitar un sueño. La cascada se encontraba al final de un estrecho pasadizo de un metro y medio de altura. El agua púrpura y densa que emanaba del vientre de las rocas, brillaba como rubíes mientras caía sobre unas hermosas y juguetonas sirenas. Todo aquel que estuviera advertido de su poder no se dejaba engañar por sus rostros y voces angelicales, sino que erguía la cabeza y pasaba sin mirarlas, sin dirigirles la palabra ni enredarse en sus artimañas. Pero no todos conocían la astucia y maldad de estos seres. Las sirenas seducían y arrastraban a sus víctimas hasta el fondo del lago y los hacían desaparecer sin dejar rastro. Según la leyenda los devoraban y el agua era la sangre de aquellos infelices que caían en sus lindos brazos. Nosotros caminábamos como poseídos, y pasamos por la gruta sin advertir a penas la presencia maligna.
Continuamos descendiendo, por cuestas interminables sin detenernos un instante, hasta llegar tras horas y horas en completa oscuridad hasta una estancia abovedada. Allí el sonido quedaba encerrado y absorbido por un acolchado vegetal, una especie de líquen o musgo azulado y luminoso que recubría las paredes de la cueva. Resultaba particularmente agradable dejarse llevar por el silencio y la paz puros que allí se respiraban. Las gotas de agua que atravesaban el techo y que habían ido formando estalactitas se deslizaban hacia el suelo modulando una agradable melodía que nos sumía en un profundo letargo.
Llegamos apretando contra el pecho aquellos manuscritos que nos condenaban a caminar en círculos,a repetir una y otra vez el absurdo perseguirse eternamente. Habíamos enfurecido a los Dioses y necesitábamos la ayuda del sabio, necesitábamos que nos librara de la condena de los Señores. Estábamos sedientos y exhaustos, pero no nos quejamos. Me dejé caer de rodillas y miré a mis compañeros consternada. Rompí el silencio.

- ¿Hemos llegado?

Ellos callaron. También estaban agotados. Habiamos realizado el camino seguros de encontrarle, ni siquiera nos planteamos el fracaso, era preferible morir en aquellas profundas oscuridades que seguir martirizados, explotados y expoliados en nuestro bosque. Sin embargo, ahora que habíamos llegado, ahora que el cansancio había consumido nuestro entusiasmo, comenzábamos a dudar. ¿Realmente le encontraríamos? Y aun así, ignorábamos si nos recibiría, si estaría dispuesto a liberarnos de nuestra maldición. Todo dependía de su antojo, sólo él podía hacerlo. Nos sentíamos frágiles y confusos, como pequeños animales a merced de un gran domador.

Transcurrió una tediosa espera en la que nos mirábamos con angustia, sin saber que hacer. Allí no había forma de medir el tiempo, yo contaba una a una las gotas que caían desde las estalactitas, pero siempre perdiendola cuenta y volviendo a comenzar una y otra vez para no enloquecer... No se cuantas conté cuando de pronto, apareció Él, sentado en un rincón. La estancia era mayor de lo que creimos en un principio. Por algun motivo no habíamos percibido una espesa nube de humo en el fondo de la estancia, y al acostumbrarse nuestra vista, comprobamos que él llevaba todo el tiempo allí, observándonos.

Sonrió y tendió la mano sin levantarse. Nos acercamos aturdidos, sin saber que decir por la turbación. Él nos miraba tranquilo desde su asiento, y mantenía una sonrisa agradable. El silencio nos aplastaba y nos hacía temblar ridículamente. Él era delgado, de rasgos angulosos, equilibrados y melancólicos. Unas oscuras ojeras marcaban su rostro, y su sonrisa pese a ser sincera se me antojaba triste. No hubo presentación, no le explicamos nada. Él sabía porqué estábamos allí, y sin dejarnos hablar comenzó a dictar órdenes, llamándonos por nuestros nombres. Nos hizo colocarnos a cada uno sobre una piedra frente al abismo de la determinación y allí, nos desnudamos y comenzamos a gritar el conjuro que nos ordenó, uno diferente para cada cual. Yo me detuve de pronto, Saida me miró, la miré, nos separamos y ella fue la única que en lugar de obedecerle acudió a su lado en silencio, con una sonrisa cómplice que ninguno comprendimos.

Saida sentada a sus pies me daba la espalda. Reían los dos, fumaban distraidos, casi sin mirarnos, pero al mismo tiempo dictaban cada uno de nuestros gestos. Yo gritaba y sudaba, sacudida por fuerzas extrañas que me arrastraban hacia el vacío, pero al mismo tiempo algo me sujetaba sobre el suelo. Mi cuerpo parecía objeto de una lucha entre corrientes opuestas, batalla en la que presa de la angustia ignoraba quien vencería. Esta batalla lidiada en mi carne, me llevó al límite, estaba extenuada pero no olvidaba las órdenes y las cumplía con exactitud. Entre cada combate, algo me obligaba a descansar, durante esos trances de silencio y calma, el sudor se enfriaba y mi cuerpo se entumecía, pero mi mente se despejaba y lograba ver con claridad. En estos momentos observaba a Saida, que bajaba la mirada ante el mago, mientras él con ternura la invitaba a coger la pipa. Entonces ella reía alzaba la vista, y se perdía en los profundos ojos verdes del sabio que susurraba algo que el resto no lográbamos escuchar. Saida le observaba intensamente, hasta que él posaba su mirada en ella, y desde mi piedra la veia enrojecer. Saida, la sensual y juguetona Saida se encontraba fuera de juego ante aquel misterioso personaje. Él parecía no darse cuenta y continuaba su charla. Yo me sentía su sombra, la imitaba, sin querer me movía con sus movimientos, sonreía con su sonrisa, caminaba a su paso...
Comenzaba a adormecerme mientras les observaba, cuando de pronto recaí en el éxtasis. Saida se levantó y se acercó a mi. Estaba hipnotizada, alargó sus finos dedos y me cogió la cabeza con vehemencia. Sus ojos centelleaban, estaban enrojecidos como si fueran de fuego. Yo me mareaba a punto de perder el sentido, pero entonces ella me besó en la boca. Su lengua me hizo cosquillas y toda la zozobra desapareció por fin. Me dejó caer al suelo, y me ví caer desde fuera, como si yo no fuera yo, como si mi mente estuviera en otra dimensión. Mientras tanto nuestros compañeros seguían gritando y retorciéndose sobre sus piedras. Yo estaba tumbada, sin poder moverme, observando todo alrededor confusa e impotente.

El mago se incorporó lentamente, se dirigía hacia nosotras. Su cuerpo era frágil y hermoso, pero algo le obligaba a moverse con lentitud. Su sonrisa provocaba en Saida una mueca. Yo luché por levantarme, pero mi cuerpo no reaccionaba, mi mente flotaba con libertad, pero mi carne dormida me obligaba al silencio y la inercia. Quería correr hacia él, pero fue Saida quien se movía ágilmente, la que fue a buscarle y abrazados vinieron hacia mí. Él comenzó a tararear una extraña melodía que me traia recuerdos inconexos, quería darle las gracias, pero algo me aplastó los párpados y me hizo caer en un sueño profundo.

Mis pies corrían sin mí, se alejaban por un camino de piedras, me dolían aunque no estuvieran pegados a mi cuerpo, me dolian y me enfadé con ellos.

-¡Volved! que os vais a hacer daño y luego no me serviréis..

Pero no me obdecieron y los perdí de vista. Entonces un gato gris azulado se acercó, me miraba intensamente, le llamé, pero él tampoco me escuchó. Buscaba algo en la oscuridad, olisqueaba y sus pupilas de dilataban excitadas. De pronto, reconocí el alcornoque que me miraba amenazante, era el alcornoque del bosque maldito, donde llevábamos años perdidos.

-Oh, -pensé-no nos rescató al final...no sirvió el conjuro...Aquí estoy de nuevo, y encima sin pies.¿Qué habrá fallado? ¿Dónde estarán los demás?

Mientras pensaba esto, el gato había crecido amenazadoramente. Ahora medía cuatro veces más que antes y seguía aumentando. Ya no parecía distraido buscando bichillos, sino que me miraba a mí. Comencé a arrastrarme para alejarme, para ocultarme de ese animal que comenzaba a transformarse en una bella y terrorífica pantera. Mientras se producía la transformación, se aproximaba muy lentamente, meciendo su cuerpo creciente con elegancia y suavidad. Sus ojos verdes clavados en los míos no anunciaban nada bueno. Al fin me dí cuenta de que era inútil tratar de huir. Me tumbé en el suelo a esperar que el felino cayera sobre mí y me desgarrara. Ya oia su respiración cerca de mí, noté el calor de su cuerpo junto a mis piernas mutiladas. Su cuerpo iba avanzando , cubriéndome. El corazón me latía frenéticamente, agarré la tierra con las manos, clavando las uñas con fuerza. Su aliento sobre mi cara me estremecía, olía a sangre y carne putrefactas.

- Mírame, mírame por una vez, antes del fin...

Negué con la cabeza.

- Mírame a los ojos, mírame y te prometo que no sufrirás.

Respiré hondo. Todo mi cuerpo era un temblor. Pero no obedecí.

- Mírame, ya eres libre, mírame,no tengas miedo. Sólo tienes que abrir los ojos.

Su aliento había dejado de ser fétido, ahora olía a marihuana. Entonces decidí hacerlo, aunque no confiaba en aquella enorme fiera de piel brillante y pupilas dilatadas. Pero al abrí los ojos, no encontré las grandes fauces de la pantera como esperaba, y no me encontraba ya en el infierno vegetal donde me rendí ante ella. Tampoco estaba en la cueva, ni en ningún lugar conocido.

Era verdad. ¡Es verdad!. ¡Soy libre!. Y no estoy sola...¡Todos somos libres! Mis compañeros están ahí, a unos metros de mí. Están alegres y se bañan desnudos en la orilla de un inmenso azul que parece el mar, que es el mar. Hay horizonte. El viento me trae aroma de algas y sal y acaricia nuestra piel. Siento como mi cuerpo se desentumece bajo el sol. Sobre mí no hay una pantera, aunque sus ojos son los mismos: verdes y profundos, pero es otro rostro, ese rostro liberador, aquél rostro amable y generoso que nos salvó del infierno oscuro y circular. Me coge la mano y me ayuda a incorporarme.

-Has dormido más que el resto, venga, ven a bañarte, a limpiarte,y a olvidarlo todo.

Asentí con la cabeza, aun no podía hablar. Reímos. Nos quitamos de nuevo la ropa y salimos corriendo, agarrados de la mano hacia al agua, a reunirnos con Ahmed, Luis, Giulia, Chan y Elisabeth. Ya no volveremos a ser esclavos de nadie, ya no volveremos a arrastrarnos en rutinas incomprensibles, bajo el mando de amos crueles e inhumanos. Libres de Dioses y profecías, a identidades o nacionalidades. Sin fronteras ni credos, el mar nos ofrece otro mundo abierto, nuevo para nosostros, viejo como todo lo que puede ser nuevo, renacido, redescubierto. Volvemos al devenir de lo posible, volvemos a nacer para ser lo que queramos. Me miro en el agua cristalina, y veo su rostro, mi rostro. Ya vencida la escisión, Saida me sonríe desde mi reflejo y saludo al día, al nuevo día, sin amos ni esclavos, sin prohibiciones ni prisiones.

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