22 de enero de 2009

La muerte, la conquista del silencio

El sistema penitenciario nunca ha descuidado ni un solo detalle. Es una institución antigua y sabia. Se caracteriza por ser minuciosa, jamás ha renunciado a estudiar e investigar nuevas formas de infringir dolor, desesperar o enloquecer. No ha desperdiciado ningún parámetro, no ha renunciado a ninguna ciencia, arte o religión para descubrir y aplicar las más sutiles y diversas sensaciones. Nunca ha olvidado medir y jugar con la temperatura, la humedad o sequedad, la luminosidad, las cualidades de los materiales, las dimensiones y proporciones de sus edificios, maquinaria y herramientas...
Aquí se ha procurado que el espacio mutile inutilizando el cuerpo y deteriorando la imaginación; han conseguido que la humedad enferme a base de encharcar las articulaciones lentamente; han procurado que la oscuridad ciegue; no han olvidado que la soledad y el silencio deshumanizan, y finalmente, no han renunciado a las viejas verdades: el tiempo, tanto su exceso como su falta, siempre matan.

Hace frío, lo se, pero no lo siento. De tanto esperar un rayo de sol, me atrofié. Ya no padezco, no puedo ni temblar. Soy una piedra más adosada al muro gélido. No recuerdo cómo sonaba mi voz, ahora truncada en un jadeo sordo alternado con alaridos que no salen de mi boca, sino de algún lugar recóndito más allá de mi estómago. Esta celda, que me arrebata la luz se ha vuelto parte de mi piel. Estas rejas que dan forma a mi mundo se me han clavado en los ojos. Me confundo con mi mierda y ya no se si hablo o vomito, si pienso o me pudro.
No me reconozco desde que sufro este encierro, un tiempo indiscernible, incalculable. Desde que esas coordenadas temporales me atascaron en el olvido, me he convertido en algo ajeno a mí mismo. Lentamente el odio dejó paso al cansancio y al asco, ya ni pienso en los culpables, verdugos, burócratas del poder. He renunciado a gastar fuerzas, es decir, a consumir los despojos de vida que me han perdonado, maldiciendo seres abstractos o humanoides manejados por el mercado. Ya no grito contra la estructura que me engulló con sus dientes de acero y que con su saliva viscosa y uniformada me escupió dentro de esta jaula inhumana. Tampoco impreco contra políticos, empresarios ni banqueros. Ya no me cabrea estar aquí por culpa de un cerebro difuso que controla el descontrol, el fluir de números y objetos extraños con los que nos ordenan y aniquilan. Ya no pienso en ese mundo de afuera, gobernado por valores y consignas que nunca comprendí... Ese mundo que para funcionar necesita que yo me pudra aquí ejemplarmente, que requiere de presxs y ciudadanxs, policía y miedo, amos y esclavos, gobiernos y empresas, guerras y hambre, todos esos circuitos que se necesitan y que se buscan entre sí, que se persiguen y pierden por los caminos áridos de la llamada Historia. Esa realidad que nos aniquila para poder continuar. A estas alturas no me importa, "tengo el cuerpo derrotado, el alma hecha añicos"... Sólo siento que mi cuerpo se descompone, se separa y yo me voy perdiendo por las fisuras, por las grietas.
Bebo agua sucia con fideos de letras que vaticinan un futuro oscuro y ácido. Ya no muerdo ni siquiera el pan, se me rompieron los dientes contra tu nombre, me rompieron la boca por nombrarte, por buscarte... por denunciar a la farsante que usurpa tu identidad, por gritar contra la falsedad y tu falta. Si, por luchar por tí, mi amada Libertad. Pero, ¿dónde estarás ahora? ¿Dónde te han mandado? ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué nos dejaste a los que te defendíamos caer en su trampa?

Grito y grito, y sólo me constesta el silencio de un futuro todopoderoso, el silencio de mi voz, el silencio de mi muerte.

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